Por cuarto año consecutivo regresamos, Makala Diop y yo, de un viaje a Senegal. Allí llevamos a todo aquel que desee echar un vistazo limpio a esa tierra africana. Nuestra intención es dar a conocer el país desde dentro, su vida, sus costumbres, sus gentes, sus rutinas, su realidad… más allá de Resorts en las playas, colorines y negrit@s exótic@s y divertid@s que bailan bien.
Viajamos en coches del país y con gente del país. Comemos y cenamos sus platos, muchas veces como ell@s y con ell@s. Otras, nos damos descansos de turista (nuestro estómago es débil y ha olvidado comer con hambre y sin elección). Algunas veces incluso nos atrevemos a pasar una noche con las mismas incomodidades de los pueblos que visitamos. Y sobrevivimos, y reímos, y lloramos -porque ya no nos resulta fácil- y nos hacemos más sensibles a la realidad (la suya y la nuestra).
Intentamos – casi nunca lo conseguimos, pero nuestra intención es sincera- dejar los juicios a un lado y nuestras comodidades occidentales al otro: nuestras costumbres, que no dejan de ser esquemas mentales aprendidos y maneras concretas y limitadas de vivir.
Makala Diop y yo no creemos en el «como Dios manda». Creemos más bien en el respeto entre seres humanos, sus distintos automatismos y sus distintos «dioses» (ahora, por occidente, se ha puesto de moda pedir al «Universo», «manifestar» realidades y dar «saltos cuánticos»). Yo con mis dioses y tú con los tuyos. Yo con mis rollos y tú con los tuyos. Porque resulta que, al salir de casa, hay otros rollos. Porque otra manera (de todo) siempre es posible. Y a eso se aprende viajando con la mente, el corazón y las manos abiertas.
En Senegal se puede bailar y cantar, se puede estar tumbad@s, se puede cocinar, se puede vender fruta hasta el amanecer, se puede no hacer nada, se puede esperar horas sin saber a qué, se puede reír y llorar y tener complicidad con gente a la que no entiendes, se pueden romper todos los planes y seguir feliz por otro camino. Se puede sentir la incomodidad de ser blanc@ en un mundo de negr@s. Y entender, por fin, y practicar la humildad y el arco iris.
Se puede un@ de repente duchar y que no haya agua o querer encender la luz y que no toque. Entonces se coge un barreño grande y un cubito y un@ se ducha y se acuerda de sus abuel@s, y de cuando l@s español@s también nos lavábamos en el corral. O, si la luz se vuelve caprichosa, se improvisan unas velas y se cena igual, hasta que las bombillas vuelvan a funcionar.
Y hoy vuelvo a casa, contenta de reencontrar mi jaula particular, amada por conocida y hecha a mis usos y costumbres. Calentita y silenciosa. Idolatro en ella a mis dioses particulares ( mi cama, mi nevera, mi café). Hoy vuelvo a mi hogar, agradecida a la Vida -como a la Diosa Implacable que es- y con la plena conciencia de que la existencia es realmente un vacío fértil lleno de posibilidades infinitas.